martes, 29 de abril de 2025

La Casa de las Tres Cabezas

 

"La Casa de las Tres Cabezas"

Había una casa aislada, oculta entre los oscuros bosques de un pueblo olvidado. Nadie la veía con frecuencia, y nadie se atrevía a acercarse. Decían que su historia era tan rara como macabra, un relato susurrado en los rincones más oscuros, donde el viento parecía hablar en lenguas extrañas.

Los pocos que se habían acercado a la casa nunca volvieron a hablar de lo que vieron. Y aquellos que trabajaron allí, como enfermeros, médicos y cuidadores, nunca olvidaron lo que sucedió entre sus paredes.

Los tres hermanos nacieron en la oscuridad del abandono. La madre, una indigente que nunca fue conocida, murió al dar a luz. Sus hijos, siameses, compartían un solo cuerpo, pero tres cabezas, tres mentes, tres almas atrapadas en una existencia que no debía existir. El hospital que los había recibido se convirtió en su prisión. Un lugar donde se estudiaba a los extraños, y sus extraños sufrimientos alimentaban las investigaciones científicas.

De los tres hermanos, dos de ellos eran "normales" en su intelecto, aunque sus cuerpos jamás pudieron moverse por sí mismos. Los médicos decían que su desarrollo físico estaba severamente limitado, que sus piernas no podían sostenerse, que sus bocas no podían tragar sin ayuda. Pero la peor de las tres cabezas era la de quien nunca habló, quien nunca reaccionó como un ser humano. Su mente era como un animal salvaje, y su mirada vacía era lo único que los cuidadores veían cuando lo miraban a los ojos.

Años pasaron, y la rutina diaria de su cuidado comenzó a ser un tormento para quienes los atendían. Nadie quería quedarse allí mucho tiempo. Era como si una presencia extraña habitará el lugar, algo que se sentía en el aire, en la fría habitación donde los tres compartían su existencia. Las luces titilaban por la noche, los pasillos siempre estaban en silencio, pero a veces, un suave susurro provenía de los rincones. Decían que era el alma de la madre, la que nunca abandonó la casa.

Un día, un enfermero llamado Samuel, uno de los pocos que quedaba en el hospital, decidió quedarse después de su turno para investigar algo que lo había estado perturbando. Algo extraño sucedía en la casa, y no podía quitarse la sensación de que algo, o alguien, lo estaba observando.

Esa noche, mientras sus compañeros dormían, Samuel bajó al sótano, al lugar donde los tres hermanos pasaban la mayor parte de su tiempo. La casa estaba fría, pero el aire de esa habitación parecía aún más helado. Al entrar, pudo escuchar lo que pensó era un susurro. Cuando miró a los hermanos, notó algo extraño: las dos cabezas "normales" estaban inmóviles, como si observasen a la tercera cabeza, la que nunca reaccionaba, con una especie de expresión triste y vacía.

De repente, la habitación se llenó de un ruido sordo, un golpeteo que venía de las paredes. Samuel dio un paso hacia la cama donde yacían los hermanos, pero lo que vio lo hizo temblar. La tercera cabeza, la que había estado quieta por tantos años, comenzó a sonreír. No era una sonrisa humana, sino grotesca, malévola, como si algo estuviera apoderándose de ella. El rostro de la madre fallecida pareció reflejarse en la oscuridad, con una expresión de dolor y desesperación, como si intentara comunicarse.

Samuel trató de retroceder, pero las puertas del sótano se cerraron solas. La temperatura descendió aún más, y en los rincones, unas sombras comenzaron a moverse. Las voces susurraban, entrelazándose con los pensamientos de Samuel. "Somos tres... pero uno de nosotros no es como los demás", se escuchaba, distorsionada, como si fuera la voz de una sola persona hablando a través de múltiples gargantas.

Los hermanos no estaban solos.

El enfermero cayó de rodillas, sintiendo que su mente se desmoronaba. Intentó gritar, pero ningún sonido salió de su boca. La tercera cabeza comenzó a reír, y la habitación se sumió en una oscuridad absoluta.

Al amanecer, la casa volvió a la calma. Nadie se percató de la desaparición de Samuel, quien nunca dejó rastro de su existencia. Los hermanos continuaron siendo cuidados, pero algo había cambiado. Ahora, quienes se acercaban a ellos notaban que había una presencia extraña que los observaba desde las sombras, y se rumoreaba que las luces titilaban más a menudo, como si algo oscuro se estuviera acercando cada noche.

Y aquellos que se atrevieron a hablar de la casa, de los tres hermanos y de lo que había sucedido allí, nunca pudieron escapar de la sensación de que algo los estaba mirando, que algo nunca debía haber sido nacido.

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