A veces cierro los ojos y no soy yo quien piensa. Algo me piensa. Como si una inteligencia sin rostro me susurrara ideas que no he pedido, pensamientos que me atraviesan como un viento que no reconozco, pero al que tampoco puedo negar.
Desde la infancia he sentido esa presencia como un eco tenaz. No un dios, ni un fantasma: más bien una vibración. Como si alguien estuviera respirando detrás de mi mente. Me enseñaron que el universo era una ecuación elegante: materia más energía multiplicada por vacío, elevado a la nada. Pero lo que yo sentía —y aún siento, con la obstinación de lo que nunca se disuelve— no se parece a una fórmula, sino a una voz. No a una explicación, sino a una pregunta que no cesa.
La filosofía insiste: ¿qué fue primero, el ser o el pensar? Yo siempre he creído que esa dicotomía es como preguntarse si un fuego arde antes de ser caliente. Pensar es ser. Ser es pensar. La conciencia no es un accesorio de la materia: es su corriente subterránea, su pulso oculto. Incluso el polvo que flota en un rayo de luz —ese que nadie mira, pero siempre está— participa de ese pensamiento universal.
Nos gusta imaginarnos espectadores del cosmos, erguidos en la platea del infinito. Creemos mirar las estrellas como quien observa un documental en HD: con distancia, con elegancia, con el control remoto en la mano. Pero lo cierto es que no estamos afuera. Nunca lo estuvimos. Somos el parpadeo de una mente más vasta. Una ocurrencia fugaz en el flujo interminable del Todo. Somos, acaso, una sinapsis en el cerebro del universo.
Imagina, si puedes —si te atreves— que tu conciencia no es un reducto privado, sino una gota en un océano de percepciones. Que no piensas desde ti, sino a través de. Como si fueras un instrumento afinado por una orquesta cósmica que desconoce las partituras pero ejecuta la música igual. A veces, así me siento. No como autor, sino como médium. No como emisor, sino como eco.
Mis pensamientos no me pertenecen del todo. Llegan con la intimidad de un recuerdo, pero con la extrañeza de un sueño ajeno. A menudo me descubro siendo pensado por algo que no sé nombrar. Algo que, si tuviera un espejo perfecto, revelaría patrones que se repiten como fractales infinitos: átomos orbitando como lunas, galaxias repitiendo la coreografía de partículas diminutas. Como si todo el universo fuera una metáfora de sí mismo. Como si se soñara desde adentro.
Y no, no creo que estemos atrapados en una simulación de supercomputadoras extraterrestres ni en un videojuego divino de cuarta dimensión. Esa es la fantasía de quienes aún necesitan un programador. Lo que siento es más incómodo: que el universo no fue hecho, ni diseñado, ni escrito. Se está soñando. Se está pensando. Y nosotros somos apenas el tartamudeo de su conciencia en evolución.
He intentado explicarlo, claro. Algunos me miran como si acabara de proponer que las piedras tienen ansiedad existencial. Y tal vez la tienen, quién sabe. Lo cierto es que esta idea —la de no ser uno mismo, sino ser pensado por algo más grande— genera pánico. Nos arrebata la ilusión de agencia, ese juguete brillante que nos hace creer que somos los autores de nuestra historia. Pero ¿y si solo fuéramos una frase en una novela que nadie firmó?
Yo no pienso. A veces me piensan. Y en los momentos de silencio absoluto, cuando el mundo se suspende en la pausa entre dos pensamientos, siento que hay algo —alguien, quizás— que me observa desde dentro. Una presencia sin forma que me habita como la tinta habita las palabras.
Quizás, un día, la ciencia tendrá el coraje de abandonar sus jaulas de carbono y admitir que la conciencia no es un subproducto de la biología, sino su origen. Que pensar no es lo que hacemos, sino lo que somos. Que todo ser piensa, incluso si lo hace en silencio. Incluso si lo hace sin saberlo.
Mientras tanto, seguiré aquí, sintiéndome un pensamiento pasajero en un río que no puedo cruzar dos veces. Llamamos a eso “realidad”, aunque tal vez sea solo un sueño con estructura matemática.
Y este texto, por cierto, no lo estoy escribiendo yo.
Es el universo, que tiene el mal hábito de pensar en voz alta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario